Roberto recibió un loro por su cumpleaños. Ya era
un loro adulto, con actitud y vocabulario muy malos. Cada cosa que decía
estaba adornada con alguna palabrota.
Roberto trató, desde el primer día, de corregir la actitud del loro. Le decía
palabras bondadosas y con mucha educación; le ponía música suave y siempre
lo trataba con cariño.
Un día Roberto perdió la paciencia y le gritó al loro, el cual se
puso más grosero aún, hasta que en un momento de desesperación, Roberto puso al
loro en el congelador.
Por un par de minutos aún pudo escuchar los
gritos del loro y el revuelo que causaba en el compartimiento, hasta que de
pronto, todo fue silencio.
Después de un rato, Roberto arrepentido y temeroso de haber matado al loro,
rápidamente abrió la puerta del congelador.
El loro salió despacio y con mucha calma dio un
paso hacia el hombro de Roberto.
Al oído le dijo en voz baja:
- Siento mucho haberte ofendido con mi
lenguaje y actitud. Te pido que me disculpes y te prometo que en el
futuro vigilaré mucho mi comportamiento.
Roberto estaba muy sorprendido del tremendo cambio en la actitud del
loro. Estaba a punto de preguntarle qué es lo que lo había hecho
cambiar de esa manera, cuando el loro continuó:
- ¿Te puedo preguntar una cosa?
- Sí... ¡cómo no! -contestó Roberto.
- ¿Qué mierda fue lo que hizo el pollo?