Un día estaba el curita del pueblo confesando a los parroquianos y le toca el turno a un hombre nuevo en el pueblo.
- Dime tus pecados hijo mío, le dice el cura
- Padre no he venido a confesarme sino a pedirle un favor
- ¿De que se trata?
- Soy el dueño de un circo y quisiera pedirle permiso para instalarlo en el patio posterior de la iglesia
- ¡No, ni hablar, ya conozco esa clase de espectáculos que muestran mujeres casi desnudas para atraer al público!
- No padre, en mi circo solamente hay equilibristas, trapeciastas y malabaristas, yo mismo soy uno de ellos
- A ver, muéstrame lo que sabes hacer y luego hablamos
Sale el hombre del confesionario y empieza a hacer unos saltos mortales hacia adelante y atrás y luego unas contorsiones increíbles.
Los demás parroquianos que estaban en la cola para confesarse se quedan atónitos.
Sale el cura y le dice:
- Está bien hijo, puedes ir en paz
¡Y los que estaban en la cola para confesarse salieron corriendo!