Erase un hombre muy, muy rico y también muy religioso al igual que toda su familia.
Contaba con cientos de propiedades, fábricas, empresas, haciendas, centros comerciales y una fortuna en joyas y dinero.
Un día sufrió un accidente y los médicos pronosticaron que no viviría más de dos meses.
El hombre llamó a su esposa, hijos y su abogado a su lecho de muerte.
Redactó y les hizo firmar un documento en el cual se comprometían a vender todas sus propiedades en el tiempo que le quedaba de vida, colocarían el dinero en un cofre y se enterraría junto con él.
La esposa y los hijos muy fieles a sus creencias religiosas siguieron al pié de la letra las instrucciones, vendieron todo y se prepararon para el momento del fallecimiento.
Cuando el hombre falleció, un poco antes de que que retirasen su cuerpo para cremarlo la esposa se acercó, pidió que abrieran el férretro y depositó en el un pequeño cofre.
Al terminar la cremación los hijos increpaban a la madre..
- Mamá, ¿Porqué lo hiciste? ¡Todos pensábamos que nos quedaríamos con la fortuna, ahora estamos en la ruina, no tenemos dinero ni donde vivir! ¿Para qué dejaste el dinero? ¡Se ha quemado junto a él y no le servirá para nada!
- Hijos míos, dijo la madre, yo juré respetar la voluntad de vuestro padre y así lo hice.
- Pero mamá, ha sido una tontería, ¿No pensaste en nosotros?
- Una vez recaudado todo el dinero de la venta, continuó la madre, se necesitaba un cofre del tamaño de cinco ataúdes para ponerlo, así que lo deposité en mi cuenta y ¡Le hice un cheque a su nombre y lo deposité en el cofre que vieron!
